Músicas del mundo, venid y uníos en Goat
La World Music que
proponen Goat no suena al baúl de los recuerdos, ni a corrientes
multiculturales contemporáneas que, de tanto girar sobre sí mismas, ya resultan
mareantes y aburridas. Esto no es una base pop sobre la que se despedazan dos o
tres citares, algún déjeme y arreglos de digerido. Goat no se valen de la
música del mundo para presentar un producto más o menos convencional, sino que
parten de ella para explorar terrenos tan aparentemente dispares como el
avant-folk o la psicodelia. Su utilización de la world music es honesta y
talentosa, y por eso suena así de fresca.
No hay que pensar en World
Music, no obstante, como un disco intrincado y difícil de afrontar. Todo lo
contrario. Desde la complejidad de distintos géneros musicales, el colectivo sueco
presenta composiciones adictivas capaces de conquistar el mundo. En World Music
podemos rastrear elementos del heavy psych (‘Diarabi’,‘Goatman’), de la música
disco (‘Disco Fever‘), del folk progresivo de Fairport Convention (‘Goatlord’)
y por supuesto del pop, que está presente de espíritu en las nueve pistas que
forman el disco.
Goat, además, se ciñen a
la ola revivalista del krautrock y la psicodelia, que abarca bandas tan
dispares como Lüger, Lumerians, Dead Skeletons o Toy, aportando puntos de vista
antes inimaginables. Podemos pensar en las virtudes eléctricas de los grupos de
blues africano (Tinariwen o Terakraft) o en el sentido folk de los grandes
maestros de los instrumentos de cuerda malienses (Toumani Diabaté o Alí Farka
Touré). La música africana sobrevuela de forma inevitable World Music, desdeel
tapiz que ilustra la preciosa portada hasta los propios ropajes del colectivo.
A todas estas virtudes hay
que añadir un sentido rítmico sobrenatural, indisimuladamente bailable. Goat
son un compendio de la música negra del siglo XX y tampoco hacen ascos al funk
de Parliament o Funkadelic. Y sin embargo, no son un grupo estrictamente negro,
porque buena parte de los pilares esenciales de su música están construidos con
los mimbres de la psicodelia eléctrica y acústica, el fuzz y los desvaríos
wah-wah, sin dejar de lado cierto deje experimental que se aprecia especialmente
en el desarrollo kraut-jam de ‘Det som aldrig förändras/Diarabi’.
GOAT Y TODO LO DEMÁS
Las voces (femeninas, por
cierto) también tienen reminiscencias de los cantos de llamada y respuesta,
dirigiendo nuestra mirada de nuevo al continente africano. Es la gema que
completa un pastel de proporciones escuetas, pero muy sabroso. Todas y cada una
de las piezas que componen la tarta, además, esconden ciertas virtudes pop que
estallan en la estupendísima ‘Let It Bleed’, un hit auténtico que lo tiene todo
para ser una de las mejores y más exquisitas canciones del año, desde sus
repetitivos y adictivos acordes de guitarra hasta los arreglos de saxo y los
coros extasiados.
Porque a semejante
catarata de referencias hay que añadirle el elemento fundamental para que World
Music sea, no tengamos miedo a reconocerlo, uno de los discos más emocionantes
del año: la diversión que parece emanar de forma sencilla y natural de Goat,
como si no hubieran llegado del rincón más siniestro y oscuro de Suecia, como
ellos mismos dicen, como si su espíritu, quién sabe si efecto del vudú, hubiera
estado bañado durante toda su vida por las aguas del Mediterráneo. Una frescura
y una química como grupo que es una auténtica bendición.
Todo lo demás ayuda. Tanto
las máscaras, como la obsesión por las cabras como que, al parecer, en sus
directos un hombre aparezca y clame a los cuatro vientos que él y no otro es el
undécimo hijo de las plegarias vudú. Es el atrezzo seguramente inevitable a una
fusión multicultural tan efectiva. Merece la pena comprar la historia de Goat
si lo que adquirimos a cambio es una clarividencia de ideas musicales así de
sólida. De todos modos, leyendas más grandes se han levantado en torno a
mentiras más endebles, y podemos otorgar a los suecos el beneficio de la
ingenuidad. Se lo han ganado.